La sensibilidad de lo femenino en Bin-Jip de Kim Ki Duk



Esta semana tuve la suerte de ver, en el cine de mi universidad, una reposición de Bin-Jip (3-Iron o Hierro-3 en occidente) del realizador coreano Kim Ki Duk, al que si no conocen por esta obra, probablemente reconozcan por La Isla o Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera.
El caso con Hierro-3 es que ha sido una de mis películas favoritas por muchos años, por lo que, tan pronto vi en el programa del cine que la estarían proyectando, anoté la fecha y esperé ansioso la experiencia de disfrutarla en pantalla gigante (hubiese sido mejor aún de ser una versión de la película en 35mm, pero no puedo pedir tanto, supongo).

Me di cuenta al poco avance del film que, aquella historia que ya me era tan familiar (insisto en que ya había visto la película varias veces) se me aparecía, en el sencillo desplazamiento al espacio del cine, como algo completamente nuevo y, por supuesto, terminé por desarrollar una lectura nueva tanto de la película como de los muchos signos con los que Kim Ki Duk juega de forma reiterativa.

A estas alturas me toca contarles un poco de qué va esta película, así que aquí voy:
 Tae-Suk es un joven con un estilo de vida muy particular. Durante el día, en una modesta motocicleta, va de puerta en puerta pegando anuncios publicitarios. Sin embargo, al hacer el camino de vuelta cada tarde, va revisando los hogares en los que no han sido retirados por sus habitantes. Acto seguido, y asumiendo que los dueños de casa no volverán esa noche, Tae-Suk ingresa a los domicilios para pernoctar en ellos.
Ya dentro, mantiene una estricta rutina. Toma un baño, arregla los artículos del hogar que no estén funcionando correctamente y lava la ropa de quienes, sin saberlo, le hacen el favor de brindarle un techo durante esa noche. Antes de irse de cada domicilio, se toma una fotografía junto a algún retrato de quienes lo han acogido sin enterarse de su presencia.
Al acompañarlo en dicha rutina, entendemos que Tae-Suk, quien nunca habla y solo se expresa a través de sus actos, lleva así al menos un buen tiempo. Pero es cuando entra en la casa de Sun-hwa y de su marido que parte la verdadera historia.
Sun-hwa, tan silenciosa como nuestro protagonista, pareciese haber sido una modelo. Fotografías de su cuerpo desnudo adornan los rincones de la ostentosa casa que comparte con su marido, un hombre emocionalmente indiferente que encima la golpea. Al entrar en su casa, Tae-Suk ignora que ella se encuentra en el lugar, ya que al igual que él, esta parece desplazarse como un fantasma por los rincones del hogar.
Sun-hwa observa, en silencio, como Tae-Suk lleva a cabo su rutina dentro del hogar, y solo se aparece frente a él cuando éste utiliza un catálogo con sus fotografías desnuda para masturbarse, momento en que, en silencio, se aparece frente a él, sin embargo, notando lo inocuo de su presencia, ella no hace nada en su contra.

Tae-Suk estará saliendo de la casa cuando ve como el marido de Sun-hwa la maltrata, sintiéndose obligado a hacer algo al respecto, punto de la historia donde entrará en juego otro de los elementos simbólicos de la película, un palo de golf, más precisamente el número 3, que es muy particular, ya que en el juego del golf es el menos utilizado, siendo reservado para ocasiones muy particulares.

Lo que sigue es que Sun-hwa se va con Tae-Suk, aprendiendo a compartir su rutina en hogares vacíos y comenzando a generar entre ellos un vínculo especial, al menos hasta que ingresan a una casa en la que encuentran a un hombre muerto, al cual Sun-hwa decide dar un sepulcro digno, razón por la cuál, al ser descubiertos dentro de la casa, inmediatamente se vuelven sospechosos de haberlo asesinado.

El marido de Sun-hwa se la lleva de vuelta a su hogar mientras que Tae-Suk es llevado a prisión, no por la muerte del hombre, que los médicos forenses descubren que fue a causa de cáncer de pulmón, si no que, en cambio, por agredir a un policía que lo vendió al marido de Sun-hwa para que éste lo agrediera de la misma forma que Tae-Suk hizo con él, lanzando en su contra pelotas de golf con el palo 3.

Ya en prisión, Tae-Suk entrenará una técnica para volverse invisible, moviéndose con sigilo en los 180° restantes que no divisa el ojo humano y, una vez fuera, volverá al hogar de Sun-hwa, viviendo como una presencia invisible para su marido.

Podríamos decir que en la película, existen dos símbolos, que representan lo masculino y lo femenino respectivamente. Por un lado, tenemos el palo de Golf como objeto de dominación, violencia, punitivismo y recreación en dichas actividades.
El simbolo de lo femenino es el cuerpo, fotografiado y expuesto, de Sun-hwa. Su imagen pobla la película, su cuerpo aparece como un trozo de carne colgado en muros extraños de distintos hogares.
Entendamos que, cuando Tae-Suk entra en la casa de Sun-hwa y su marido, se pone en contacto con ambos símbolos, a través de los cuales se pone en contacto con su condición masculina. El primero, las fotografías de Sun-hwa, las utiliza para masturbarse, momento preciso en el que ella entra en la habitación y lo detiene por primera (pero no última) vez.

El segundo símbolo, el palo de Golf, lo utiliza como arma para ajusticiar al marido de Sun-hwa cuando este la golpea. Podemos entender que el palo de Golf aparece como un símbolo de aquello masculino en el sentido de que es el objeto con el cual agrede al otro macho y se lleva a la que era su esposa consigo.
Tae-Suk también se lleva el palo, que seguirá utilizando, de forma recreativa. Sun-hwa, viendo esto, intenta detenerlo en varias ocasiones. Lo que me parece que pasa aquí es que Tae-Suk, habiendo entrado en contacto con el objeto de la dominancia masculina, comienza a divertirse con él. Le resulta placentero el poder que brinda lo que ha descubierto y eso terminará pasándole la cuenta, claro.

En el caso de Sun-hwa, el punto en el que ella cambia es cuando, viendo su fotografía colgada en una casa ajena, decide destruirla y componer un collage ilegible de lo que alguna vez fue su cuerpo expuesto. Inmediatamente después, le extiende la tijera a Tae-Suk para que corte su cabello. Como había comentado, parte de la rutina de Tae-Suk consistía en arreglar las cosas defectuosas en cada casa. De cierto modo, al anular la imagen de si que le era impuesta, Sun-hwa fue capaz de despertar del letargo que la masculinidad dominante había impuesto sobre ella. El gesto simbólico de cortar su cabello representa esta vuelta de página, donde comienza a actuar como un personaje más independiente, tomando la iniciativa y dirigiendo también a Tae-Suk.

Mientras jugaba con el palo de golf y la pelota amarrada, esta se suelta y Tae-Suk hiere gravemente a una mujer en un auto. El objeto de la dominancia masculina acaba hiriendo a otra mujer, esta vez en sus propias manos. Aunque lo lógico sería que Sun-hwa lo dejase, sigue a su lado y lo contiene, intuyendo que la acción fue culposa y no dolosa. Finalmente, en una de las casas vacías, hallaron el cuerpo sin vida de un hombre y Sun-hwa, valiéndose de su revitalizada individualidad, decide brindarle una sepultura.

Son descubiertos por los hijos del hombre fallecido y ella es devuelta a su marido (como un objeto que es robado de su propietario). Tae-Suk a su vez es interrogado y entregado al marido de Sun-hwa, quien lo agrede, de vuelta, con el mismo palo de golf y las pelotas. Nuevamente, el símbolo de la dominancia del que reclama a la mujer imponiéndose al extraño.
Tae-Suk es encarcelado, donde desarrolla el arte de volverse imperceptible, que en el fondo es un periodo de penitencia, en el cual comprende a Sun-hwa y las dos veces que intentó detenerlo (con el catálogo de fotografías y con el palo de golf). Lo primero que Tae-Suk hace al salir es anular dos imágenes de las casas que habían visitado. Tapa los ojos del retrato del boxeador (anulando la violencia entre hombres) y quita la imagen de Sun-hwa del retrato en la casa del fotógrafo (anulando la imagen sexualizada del cuerpo femenino).
Tras esto, va a presentarse donde Sun-hwa, quien, al verlo, al ver que había sido capaz de eliminar de si las condiciones de la dominancia masculina, le habla por primera vez. Pero el gesto importante no es que ella hable, si no que él escuche. También la escucha su marido, claro, pero él es invisible para ambos, que se funden en un beso con esa figura que ahora les es invisible a ambos.
La última imagen, en que ambos se suben en la pesa y esta marca cero, representa precisamente cómo han llegado a un punto de complementación, donde no existe superposición entre uno y otro.

Otro de los detalles que me parece digno de resaltar es que, en realidad, todas las agresiones a las mujeres en esta película quedan impunes. Desde el hijo que dispara con la pistola de juguete a su madre, las agresiones del marido de Sun-hwa hacia ella, la mujer que Tae-Suk hiere accidentalmente y otras menos notorias como la infidelidad del boxeador y el trabajo del fotógrafo como artífice del cuerpo femenino objetivizado.

En cambio, las acciones tomadas entre hombres, sin excepción, acarrean consecuencias directas:

-El supuesto secuestro de Sun-hwa, que en realidad no fue una acción tomada hacia ella como persona, si no que hacia su marido como propietario de un objeto.
-La agresión del marido de Sun-hwa hacia Tae-Suk, no por llevarse a su esposa, si no que por humillarlo (que la lleva a cabo con la misma arma).
-El arresto de Tae-Suk, por presuntamente haber asesinado al anciano. (que, al descubrirse que no fue así, se le ofrece la libertad).
-El presidio de Tae-Suk, que finalmente es por agredir a un policía, al mismo que lo entregó al marido de Sun-hwa para que este lo golpeara.

Tae-Suk es el único hombre que se levantó en defensa de una mujer y, quizás por eso, Sun-hwa permanece a su lado incluso cuando sucumbe a su naturaleza masculina, porque sabe que en él existe el potencial de sobreponerse a dicha condición.






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