La cultura popular en The Square




Puede sonar como un lugar común, una de las consecuencias inmediatas del fenómeno de la globalización (y del capitalismo) ha sido la gradual pérdida de las culturas locales de cada región en favor de la cultura occidental dominante. En Chile, para no ir más lejos, hemos acuñado festividades como Halloween y el 4 de Julio (en serio) como efecto colateral de décadas consumiéndolas a través del cine, la música y la televisión. En la práctica, la única razón por la cual un chileno celebra Halloween pero un estadounidense ni siquiera puede pronunciar We Tripantu, es porque la cultura norteamericana se ha valido de estos aparatos culturales para masificarse, primero en occidente, luego all around the world.
Pero ¿Qué es lo que hacen estos aparatos culturales?
En principio, generan una cultura dominante sobre un conjunto de culturas subordinadas. En su libro Las culturas populares en el Capitalismo, Néstor García Canclini señala que aquella cultura favorecida en esta relación “(…) legitima la estructura dominante, la hace percibir como la forma “natural” de organización social y encubre por tanto su arbitrariedad” (p.51). Lo que hacen los aparatos culturales es reproducir y masificar la cultura dominante, que es aquella que posee el control sobre estos aparatos y, en consecuencia, sobre lo que es o no consumido a través de estos.
Finalmente, el consumo prolongado de la cultura que es fomentada, estimula en los sujetos una serie de hábitos, que son “sistemas de disposiciones, esquemas básicos de percepción, comprensión y acción” (Canclini, 56). Concretamente, la cultura determina y condiciona a los sujetos a nivel de lectura y acción sobre el entorno. El chileno que celebra el 4 de julio no lo hace por un genuino compromiso con los ideales antiesclavistas, tampoco porque la independencia de USA gatilló el ánimo de Francisco de Miranda por ser artífice de la independencia de Sudamérica. El chileno que celebra Halloween tampoco lo hace porque sepa de qué se trata realmente, lo hace porque una compleja maquinaria cultural ha operado para crear en él una costumbre de celebrar dicha fiesta.
Y eso nos lleva a la película de la que quiero hablarles hoy. The Square (Suecia, 2017) es una película que en principio podríamos decir que trata sobre la inauguración de una estéril obra de arte contemporáneo en una galería que busca desesperadamente atraer al público para generar algo de ingresos, pero, en realidad, es una película que nos habla sobre Christian, curador de la galería y su relación como agente de una cultura dominante con quienes pertenecen a culturas subordinadas.
Christian se encuentra en una posición económica privilegiada y posee una educación superior a la del sujeto promedio. Aunque intenta parecer una persona amable y altruista, la película no se demora en demostrar que, ciertamente, se trata de una careta que utiliza para ocultar su clasismo y paranoia social, razón por la cual es un contrapunto perfecto para The Square, la obra que se está inaugurando. Esta en cuestión parte de una sencilla premisa, hay un cuadrado que se distingue con límites a ras de piso. El cuadrado invita a la gente a participar de la obra considerándolo un espacio donde todas las personas son iguales en derechos y obligaciones, por tanto, propone un espacio simbólico donde se busca la participación de los espectadores. Todo el concepto de The Square apunta a una simetría entre las personas.
Aún cuando está fascinado con la obra y su significado, Christian demuestra que, en su día a día, es incapaz de empatizar con los sujetos que se encuentran en situaciones económicas y culturales más desfavorables. Cuando roban su teléfono, ocupa el gps para rastrearlo y ubicar al ladrón en un edificio en la zona pobre de la ciudad. Christian busca recuperar su teléfono repartiendo un panfleto donde increpa directamente al ladrón en cada uno de los departamentos del edificio. Bueno, más bien, intenta obligar a su asistente a hacerlo y, cuando este se niega, va por sí mismo, dejando ver el miedo que le produce encontrarse solo en dicho lugar.
En última instancia, Christian recupera sus pertenencias, sin embargo, desencadena una situación desagradable para un niño al que sus padres acusaron de ladrón tras leer la nota que había repartido. Al mismo tiempo, se presenta en la galería una obra performática, de un artista que simula ser un gorila. El acto pertenece a un lugar “seguro”, donde confluye la gente culta, en un espacio elegante y, sin embargo, el artista que simula ser un animal comienza gradualmente a comportarse de forma más violenta con el público, llegando al punto de intentar violar a una de las espectadoras. Aquel espacio consagrado a la cultura dominante, la galería, se ve rápidamente sometido ante la violenta irrupción de un acto disonante, que se impone por la fuerza sometiendo a los espectadores.
Christian llega a su propio departamento, donde el niño que tuvo problemas con su familia lo espera para exigirle una disculpa. Este no lo toma en cuenta y solo habla con él en la escalera del edificio, un espacio cuadrado, que evoca a la obra de su galería, donde sin embargo se instala en una posición dominante e incluso agrede al niño, al cual ni siquiera lleva de vuelta a su casa tras tirarlo por la escalera. Tanto este acto como el sucedido en la galería representan la imposición de una visión de mundo, el sometimiento de un sujeto y el alzamiento de otro sujeto dominante que impone sus términos.
Pero la situación de la cultura popular en esta relación puede ser diferente, “A las culturas subalternas se les impide todo desarrollo autónomo o alternativo, se reordenan su producción y su consumo, su estructura social y su lenguaje, para adaptarlos al desarrollo capitalista”(Canclini, p.39). Este reordenamiento opera convirtiendo los productos de la cultura popular en mercancías, vale decir, en elementos funcionales al funcionamiento y perpetuación del mismo capitalismo. Por cuanto lo anterior, las expresiones de cultura popular tienen espacio dentro del capitalismo, sin embargo este espacio, como ya se anuncia, reclama una suspensión de sentido de dicha expresión, donde la misma es reorganizada en una relación de simetría objetual con todos los productos del mercado capitalista. Las culturas subalternas no son respetadas como culturas por la cultura dominante, si no que esta las ingiere y regurgita convertidas en simples mercancías carentes de un valor cultural real y significativo.

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