El día que Picasso se robó la Mona Lisa




Era la mañana del 22 de agosto de 1911 y, como cada día, las puertas del Louvre se abrieron a los visitantes. Cientos de personas, como las que llegaban cada día a conocer en primera persona las obras de los grandes maestros de todas las épocas. Y, por esta misma razón, no demoraron mucho en notar la ausencia de la que era, quizás, la anfitriona más importante del lugar. La pared del Salón Carré contra la que se exhibía la célebre Mona Lisa de DaVinci se encontraba vacía.

 Ya el día anterior los vigilantes del museo habían notado que la pintura no se encontraba en su lugar, pero era costumbre de los curadores del museo trasladar de lugar alguna obra sin dar previo aviso a cada funcionario, por lo que el hecho fue ignorado por ellos, claro, hasta que los dedos comenzarían a apuntar aquella pared y las voces a sentenciar el hecho, la Gioconda ha desaparecido. El rumor salió del museo y para la tarde de ese mismo día todo París buscaba la pintura extraviada.

 Sería el diario Le Petit Parisien que daría título a la noticia titulando “La célèbre tableau de Léonard De Vinci, La Joconde, a disparu du musée du Louvre”. Lo más racional que las autoridades esperaban de los culpables era que estos intentasen cobrar un rescate por la obra o que trataran de venderla en el mercado negro de arte, cosa que no sucedió y que incrementaba cada vez más el nerviosismo acerca del destino final de la Mona Lisa. Las autoridades comenzarían a sospechar de individuos que en el pasado hubiesen estado relacionados con robos de arte. Precisamente, cuatro años antes, el poeta Guillame Apollinaire (reconocido por ser el que introdujo por primera vez el término “surrealismo”) y Pablo Picasso se vieron involucrados en un robo al Louvre perpetrado por Joseph Géry, amigo de Apollinaire que robó dos antiquísimas estatuillas ibéricas, las cuales terminarían en casa de Picasso, quien se las compró por la ridículamente baja cifra de 50 francos. Acto seguido lo anterior, en septiembre del mismo año Apollinaire sería detenido e interrogado por la sospecha de su participación en el robo de la Gioconda.

 No pasaría mucho tiempo antes de que el propio Pablo Picasso tuviese el mismo destino. Temiendo que el escándalo de verse acusado de aquél delito supondría para su carrera, negó toda relación con Apollinaire, dejando a este a su suerte, para su suerte, la falta de pruebas en su contra lo dejarían en libertad. Pasarían cerca de dos años antes de que el verdadero autor del delito saliese a la luz. Vincenzo Peruggia era el nombre del verdadero autor del delito quien sería descubierto tras enviar una carta a Giovanni Poggi, quien era director de una prestigiosa galería, intentando venderle el cuadro.

 La intención que Peruggia declararía tras el delito era devolver el cuadro a su verdadera patria, vale decir, Italia. Años más tarde, en 1914, un periodista llamado Karl Decker escribiría para el New York Journal la declaración de un misterioso argentino llamado Eduardo Valfierno quien declararía ser la mente tras el robo. ¿Su motivo? Con la Gioconda original desaparecida, vender seis réplicas a coleccionistas de arte como si se tratase de la verdadera.

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